Oración de la Gestalt

Yo soy Yo.
Tú eres Tú.
Yo no estoy en este mundo
para cumplir tus expectativas.
Tú no estás en este mundo
para cumplir las mías.
Tú eres Tú.
Yo soy Yo.
Si en algún momento o en algún punto
nos encontramos,será maravilloso.
Si no, no puede remediarse.
Falto de amor a mí mismo,cuando
en el intento de complacerte me traiciono.
Falto de amor a ti,cuando intento que seas
como yo quiero,en vez de aceptarte
como realmente eres.

Tú eres Tú y Yo soy Yo.

Fritz Perls

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  “Creemos conocernos y a quien en realidad conocemos es a ese personaje, lleno de limitaciones, que suplanta nuestra verdadera identidad”

Casi todos los días me encuentro con personas que viven en una permanente y tácita angustia, condicion
ados por la educación recibida, por el entorno en el que han crecido, por los conflictos no resueltos, por las heridas que no están bien cerradas, etc. etc. Prefieren, en un momento dado, mitigar esa ansiedad, atiborrándose a pastillas, antes que acudir a visitar a un psicoterapeuta. La realidad es que tienen miedo de conocerse realmente; fantasean que, con lo que se van a encontrar, no les gustará o no lo podrán soportar. Como si existiese algo terrorífico en sí mismos.

La verdad, es que es un miedo infundado, pues nunca habrá nada tan terrible como para no poder aceptarlo. Lo más probable es que, aquel que tiene el coraje de correr el riesgo de ver su interior, descubra a un verdadero ser humano, con fortalezas y debilidades, con certezas y dudas, con sentimientos, ideas y valores propios, no de otros.

Aquel que se atreve a ver su interior, se encuentra con su mejor amigo y mayor aliado: se encuentra consigo mismo.


Por eso te invito a correr el riesgo, no tienes nada que perder y sí mucho que ganar:

 ¡ATRÉVETE A MIRAR DENTRO DE TI y A RECONOCER A ESE SER ÚNICO QUE VERDADERAMENTE ERES!

María Meilán

 

 

 

 

LA COMUNICACIÓN NO VERBAL nos enseña a viajar más allá de las palabras mostrándonos lo que verdaderamente se oculta tras cada una de ellas. Los gestos, las manos, las posturas, las miradas. El tono de la voz, el ritmo, los silencios, la velocidad al hablar, los movimientos, la expresión facial y corporal, la distancia personal que necesitamos para sentirnos seguros, etc son señales que ilustran nuestro verdadero estado de ánimo.
Por eso, al escuchar, hay que hacerlo con todos, y cada uno de nuestros sentidos, para detectar esa información mucho más fidedigna (aproximadamente un 65% frente a un 35%) que nos transmite, involuntariamente, el interlocutor…

 

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 “En el agua demasiado pura no crecen peces”. Proverbio Zen.

A veces nos sentimos inseguros porque creemos estar muy alejados de ese equilibrio o incluso esa perfección que tanto ansiamos. Crece dentro de nosotros un miedo y, por tanto, una aversión a mirar hacia dentro y observar nuestras sombras cara a cara y no comprendemos que mirarlas, atenderlas y aceptarlas es precisamente aquello que nos ayudará a trascenderlas.

La única forma de dejar marchar la inseguridad es aceptándose y amándose a uno mismo en toda su extensión y, por tanto, esa es la puerta de salida que habremos de buscar si de verdad deseamos estar en paz y equilibrio a pesar de las circunstancias. Nuestra mente es dual; todos tenemos luces y sombras y uno no puede trascender aquello que no conoce. Trabajarse a uno mismo, conocerse, y aun así llegar a amarse y respetarse sin condiciones; el AMOR con mayúsculas, es lo que atraviesa los miedos y las inseguridades. Creo que cuando uno se inicia en este camino, descubre un sendero de por vida y que estamos en continuo aprendizaje y desarrollo. Uno no llega de repente un día y dice: “venga, ya soy un ser plenamente consciente y equilibrado”. La vida nos presenta constantemente giros y vueltas de tuerca causales, que no casuales, que nos invitan a adaptarnos y a seguir aprendiendo y, si observamos, atendemos y aprendemos, vamos vislumbrando poco a poco más momentos de luz; de despertar; de ese “darnos cuenta”, que nos resultan tan mágicos y que, aún pareciendo breves y fugaces, acaban significando un salto cuántico en nuestra evolución personal, porque se quedan instalados en nosotros y algo cambia. Y es así como vamos trascendiendo esos miedos y esas inseguridades.

No somos tan diferentes unos de otros, de hecho, todos provenimos del mismo lugar y somos uno en esencia; todos tenemos esas sombras y, a veces, las sobrevaloramos; les tenemos tanto miedo y tememos tanto mirarlas de frente que acabamos convirtiéndolas en nosotros y construyéndonos un disfraz; una máscara a modo de muralla defensiva para esconderlas y que nadie, ni siquiera nosotros mismos, tengamos que verlas.

Nuestra dualidad puede transformarse en una oportunidad de oro hacia una mayor consciencia si aprendemos a valorarla, aceptarla y amarla, porque sólo así llegaremos a trascenderla y transformarla.

Raquel García García

 

 

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EL LENGUAJE DE LA VERGÜENZA

Una mañana de un día cualquiera, alguien enfrentado con su imagen en el espejo, se le ocurrió decir. “Buenos días” y la imagen respondió, eres patético, e insignificante, imbecil, déjame en paz de una vez. Se quedo petrificado mientras su reflejo continuaba lanzando una lista de nuevos insultos. “Ridículo, bicho raro, torpe, todo lo haces mal…”.

Estos son unos ejemplos corrientes de las palabras autocríticas y despreciativas que las personas utilizamos para expresar unos sentimientos subyacentes de vergüenza. Con frecuencia no hablamos de nuestra vergüenza directamente sino que la indicamos por medio de las palabras que escogemos y que disfrazan o describen nuestros sentimientos. Surge de las contradictorias primeras relaciones, de la profunda falta de confianza en uno mismo, de la comparación negativa de uno mismo con los demás, de la presencia de “Otro” que nos observa, ese sempiterno juez exterior que contempla y proclama nuestra lastimosa naturaleza en forma de veredicto inapelable. Cuando interiorizamos esos dictámenes de unos observadores imaginarios, entran a formar parte de nuestro propio juicio contra nosotros mismos.El desajuste entre lo que deseamos ser y lo que creemos que somos, este desajuste, influido por lo grandioso de nuestras aspiraciones por un lado y lo humilde de la imagen que tenemos de nosotros mismos por el otro-es el caldo de cultivo de la vergüenza-.

La vergüenza parece tener muchas caras, múltiples aspectos, es un conglomerado de sensaciones y emociones, vivir el destierro de sentirse excluido por ser quien soy.

El lenguaje de la vergüenza suele darnos claves, si quien escucha esta abierto a percibirlas. La carga de la vergüenza puede ser aligerada y mitigada dentro de esa especial relación que nos procura la psicoterapia, estableciendo una relación reparadora. -El principio de la tolerancia- es ese sentimiento que acepta la debilidad humana, es un juez que comprende y no condena, procura no acusar y no señalar con el dedo y sobre todo nunca lo hace a priori.

Hoy, alguien se mira en el espejo y descubre que su imagen ha desaparecido y en lugar de entristecerse, le invade una sensación gustosa de alivio.

Lourdes Martínez Bárcena


  
 

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 “No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche” (Albert Camus).


El aquí-ahora del mundo en el que vivimos, es oscuro e incierto. Nos creemos en la cima y nos encontramos perdidos en una sociedad enferma. Son tiempos de sombras, pero si la sombra es necesariamente una consecuencia de la luz (pues no hay sombra sin luz que ilumine a un objeto), ¡no perdamos la esperanza!.

La propia vida con su capacidad de autorregulación se abre paso y pone las cosas en su lugar. Cuando nos arrastra hacia la oscuridad, debemos tomarlo como una señal para rectificar individual y colectivamente. Es lo que nos ocurre cuando sufrimos una crisis personal e iniciamos una psicoterapia, en esa situación reinan las sombras.

Quién no ha tenido momentos en los que ha estado a punto de arrojar la toalla, momentos de soledad sin vislumbrar el horizonte….

Y mientras, ¿cómo permanecer en las sombras manteniendo la esperanza?

Si identificamos nuestra luz interior, probablemente conseguiremos atravesar la negrura y salir de ella fortalecidos.

Considerando el asunto desde lo individual, yo creo profundamente que (como dice Eric Fromm) es la propia persona la que puede salvarse a sí misma; los demás por mucho que quieran, lo único que pueden hacer es ayudarle a atreverse. A veces es inevitable tocar fondo y permanecer en él antes de reapropiarnos de nuestra fuerza oscurecida, conviene entonces dejarnos guiar hacia la claridad por un otro que nos tienda su mano.

Desde lo colectivo, si yo quiero luz en mi vida y en el planeta que habito, tendré que empezar por comprometerme a transitar mis propias sombras. Si tú y yo, si nosotros dos, si cientos o miles, somos buscadores de luz, permanezcamos en la oscuridad el tiempo que sea necesario; hemos de concienciarnos de que para salir tendremos que sujetarnos los unos a los otros, atrevernos, encontrar la sinergia de las fuerzas, asimilar que el todo es más que la suma de las partes y entrelazar los recursos en una fuerza única.

Lola Pinar Jiménez



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ALEXTIMIA - No sé expresar mis sentimientos



Convivir con ellos puede ser frustrante. Nunca se sabe lo que piensan y se muestran ajenos a lo que ocurre en su hogar. Pueden pasarse horas sin decir palabra o reducir el diálogo a un saludo o ...a una frase justa pero cortante. ¿Por qué estas personas a las que se las tacha de frías sienten un excesivo pudor para exteriorizar sus sentimientos?

Marta, estudiante de 25 años, comparte piso con Mario desde hace cinco años. Aunque Mario es buena persona y le tiene un gran cariño, ella se queja de la falta de comunicación que existe entre ambos. “A veces siento que no tengo ni compañero ni amigo. Se aísla y se encierra en sí mismo y no comparte con nadie sus miedos, alegrías o inquietudes. No sé lo que piensa, ni lo que siente. Es como un muro difícil de franquear donde no hay puerta abierta al diálogo”, explica. Como le sucede a muchas personas, Mario tiene dificultades para identificar y comunicar sus sentimientos.

Analfabetos emocionales


Este tipo de personas rara vez hablan de los acontecimientos en término de experiencia interna. “Sus relatos suelen ser descriptivos e insisten en el aspecto material de la situación. Sufren de alextimia, un trastorno caracterizado por la incapacidad del sujeto para identificar las emociones propias y, consecuentemente, la imposibilidad para darles expresión verbal”.

El problema puede ser causa de un desorden neurológico, aunque, frecuentemente, sólo es mental y emocional pero puede terminar volviéndose físico (conducta de tipo compulsivo, estrés). Esto es el resultado de guardarse todo para sí mismo y de no sacar fuera las emociones del organismo. Son “analfabetos emocionales” que actúan de una manera que se les revela dolorosa y difícil.

Parecer menos vulnerables

Uno de los factores que nos hace reprimir los sentimientos puede ser la educación que hemos recibido. Hay familias donde el modelo de aprendizaje inculcado favorece la expresión de los sentimientos tantos positivos como negativos. Otras, al contrario, intentan esconder las emociones, basándose en que siempre hay que dar buena imagen o que los sentimientos son de uno y que hay que intentar no mostrarlos.

Pero la mayor barrera que se opone a la intercomunicación, según Carl Rogers, famoso psicólogo americano, es nuestra tendencia natural a temer los juicios de otras personas. Algo en lo que coincide Mila Cahue: “Esconder los sentimientos es una estrategia que se puede utilizar para parecer menos vulnerables: al no identificar los otros nuestro estado de ánimo, nos sentimos menos manipulables”. Una gran inseguridad y una baja autoestima generan este silencio. Combatirlo no consiste en exteriorizar todo de la noche a la mañana sino, tomar conciencia, que experimentar sentimientos y emociones no es ninguna vergüenza. Se trata, simplemente, de algo humano.



¿Qué se puede hacer?

1. Reconocer el problema: es lo primero que hay que hacer. No es fácil porque el hecho de admitir, reconocer, es precisamente la naturaleza del problema. Pero si no admitimos que tenemos un problema, el progreso será imposible.

2. Conocer nuestros sentimientos: para exteriorizar nuestro pensamiento hay que conocer primero nuestros sentimientos. Escribir en un papel lo que sentimos en cada situación es una excelente forma de conseguir conocernos.

3. Terapia psicológica reeducativa: este tipo de terapia, basada en el análisis de la palabra, nos ayuda a identificar las señales fisiológicas de las emociones y a trabajar sobre su reinterpretación para la supervivencia del organismo.

4. Expresarse a través del arte: actividades artísticas como la pintura o el baile nos ayudarán a llevar a cabo una reeducación moral. Y conocer así cuál es la actividad más apropiada para cada uno de nosotros.

 

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"Hola", me dijo, "me llamo María, aunque podría llamarme de cualquier otra manera. Vengo, porque no sé a dónde voy; no sé qué quiero. Y ni siquiera sé para qué vengo. Más bien creo que no tengo ninguna razón para venir."


Me miró un momento...

, para ver mi cara, que permanecía atenta, y siguió hablando.


“Aunque todo me va bien, estoy mal. A veces me pregunto si no es más que un mal de la sociedad, aunque otras veces creo que realmente estoy bastante loca. Tengo la sensación de vivir una gran mentira, porque, ¿sabes? Nunca he sabido lo que quiero y, sin embargo, he vivido como si lo supiera, muchas veces peleando incluso por lo que sé que no me importa nada... Aunque ahora que te lo digo, tal vez en otro tiempo me importó, pero ahora no me acuerdo...”


“Vengo para irme de viaje, y este viaje quiero que sea diferente. Siempre me fui de viaje sabiendo de antemano qué quería visitar, cómo me quería sentir, con quién quería ir. Pero ahora no ahora quiero que sea diferente.

Esta vez no sé lo que quiero. Otras veces me pasó así, pero eso me asustaba, así que preguntaba, leía, pensaba, escribía y entonces lograba, más o menos, definir algo para iniciar el viaje y organizarme.

Ahora, sin embargo, no me asusta no saber lo que quiero. No me asusta mi propia soledad y mi propio desierto. En realidad me los conozco muy bien, han estado siempre ahí. Porque, siéndome sincera, nunca he sabido lo que quiero. Algunas veces me fui de viaje pensando en el futuro. Y me pasé todo el viaje pensando en el futuro: “cuando llegue allí...” y, luego, estando allí: “cuando lo cuente...”

Dándome cuenta de que eso era una tontería, me fui de viaje procurando centrarme en el presente, pero llegó un momento que me confundí en mi propio placer y dejó de tener sentido sólo disfrutar...

Y ahora no sé lo que quiero.


Cuando era pequeña no sabía lo que quería, o al menos eso me decían mis padres, ya que al parecer quería cosas que no eran adecuadas. Entonces ellos me decían lo que yo debía querer. Lo malo es que algunas veces coincidimos, pero muchas otras yo estaba segura de que eso no era lo que yo quería, sino lo que querían ellos. (Ahora, en realidad, creo que ellos tampoco sabían lo que querían y lo disimulaban para no asustarme).



A medida que fui creciendo me convencí de que yo tenía razón, así que me dediqué a defenderme de mis padres y de todas las personas que pretendieron decirme lo que debía querer. “Bien, me decía, les haré creer que sé lo que quiero, así me dejarán al menos para ver si me entero”.


“Claro que me he pasado tantos años buscando y disimulando, que al final creo que no me he enterado de lo que realmente quiero. Y además, si me soy sincera, diría que en realidad soy un verdadero caos. Algunas de mis voces quieren unas cosas, otras les contestan que son inadecuadas, unas me hablan de entrega y otras se aburren o angustian. Algunas quieren mal, otras parecen bondadosas, otras me advierten que todas son mentira, unas se ríen a carcajadas de mí misma y otras me dicen que me ponga a trabajar enseguida, que no hay tiempo... pero ¿qué es lo que quiero? ¡¡¡Bufff!!!... Si me soy sincera diría que no lo sé. Es más, ni siquiera estoy segura de no saberlo.


Sólo estoy segura de que quiero hacerme caso y darme espacio, quiero tener una conversación íntima conmigo misma. El dolor, el caos o el desierto siempre pueden ser tránsitos hacia nuevos nacimientos. En eso me sostengo. ¿Es eso fe? En todo caso es una fe que se apoya en mi experiencia: continuamente compruebo que todo nace y muere, para renacer de nuevo más completo. Yo sólo quiero prestar mi atención, porque ya he comprobado que mi atención alimenta. Y, sí, ahora me doy cuenta, lo que quiero es alimentar, con mi atención amorosa, a ese bebé que nace en mi interior y al que todavía no alcanzo a ver el rostro”


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DROGAS DE LA FELICIDAD

¿Sabía que nuestro organismo puede producir sus propias drogas? El cerebro, movido por las emociones, produce sustancias químicas que hacen que la persona eleve su autoestima, sienta euforia y esté animada, alegre y vigorosa sin necesidad de tomar, inyectarse o fumar nada.
A estas sustancias que produce el cerebro, llamadas hormonas endógenas, bien podríamos llamarlas “drogas de la felicidad’’.

Entre ellas está la oxitocina, responsable del amor pasional y de la vida sexual, y la dopamina, que es la droga del amor y la ternura. Además, está la fenilalanina, que regula el entusiasmo y el amor por la vida.

Otras sustancias son la endorfina, que transmite energía y equilibra los sentimientos de plenitud y depresión, y la epinefrina, que estimula la capacidad de realización de metas.
Si hay abundancia de hormonas endógenas, hay inteligencia emocional e interpersonal. La persona se siente ubicada, sabe quién es y a dónde va. Tiene control sobre sus emociones, conoce sus habilidades y talentos y se siente dueña de sí misma.
Esto lo afirma el destacado antropólogo mexicano José Cruz en su tratado sobre ingeniería del pensamiento.

A la Madre Teresa de Calcuta se le realizó un análisis para ver la bioquímica de su sangre y se encontró que era una persona altamente dopamínica, o sea, plena y feliz.

¿Cómo se refleja la existencia de este tipo de sustancia? A través del servicio a los demás. Todos hemos sentido esa satisfacción indescriptible cuando hacemos el bien a otro, cuando lo ayudamos, cuando simplemente lo escuchamos.

Cuando hacemos un favor, en realidad la otra persona termina haciéndonos el favor a nosotros porque nos brinda la oportunidad de sentirnos bien. ¡Qué sencillo y comprometedor es el secreto de la felicidad de la Madre Teresa!

La alta cantidad de dopamina emitida por la mujer cuando va a dar a luz es el origen del amor y la ternura. Al producirse esta sustancia en grandes cantidades, provoca un bloqueo en el hemisferio izquierdo del cerebro, aislando la razón.

¿Qué pasa cuando un animal no produce dopamina? Sólo la producen los mamíferos. En los reptiles podemos ver que si las crías no se ponen abusadas, se las traga la madre.

Cuando estamos enamorados, la dopamina aumenta su concentración siete mil veces y surgen la oxitocina, responsable de la pasión sexual, y la fenilalanina, responsable del entusiasmo. Esto, igualmente, bloquea el lado de la lógica y la razón. En los recién casados, hay mucha oxitocina, responsable del amor pasional.

Es por eso que irradian felicidad. Se sienten plenos, alegres y motivados. Saben lo que quieren. Cómo vemos, la felicidad no es algo vago e impreciso, una sensación nebulosa o abstracta. Es el efecto de un flujo correcto de sustancias bioquímicas que nos dan equilibrio físico y psicológico.

¿Podemos incrementarlas si a mamos y disfrutamos apasionadamente lo que hacemos? ¿Tenemos relaciones con personas que nos motivan y engrandecen nuestro sentido de vivir? ¿Tenemos autoestima y un sentido de valor personal? ¿Trabajamos y logramos pequeñas o grandes metas ? ¿Descansamos y dormimos profundamente? ¿Manejamos el estrés? ¿Hacemos ejercicio regularmente?’ “¿Mente sana en cuerpo sano?’’. Recordamos los momentos felices en nuestra vida. La mente no distingue entre lo real y lo imaginario.

El secreto está en nosotros. Sentirnos felices es una actitud ante la vida. Las drogas de la felicidad no se pueden conseguir en la calle; sólo podemos crearlas si llevamos una vida llena de amor, entrega, optimismo, satisfacción personal por el logro de metas y sobre todo devoción por lo que hacemos.

 

 

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LA SALUD EMPIEZA CON EL PERDÓN



Cuando perdonamos y somos perdonados siempre se transforma nuestra vida, se nos ofrece un nuevo comienzo con nosotros y con el mundo.

A lo largo de mi experiencia con pacientes en psicoterapia, he confirmado que para sanar hay primero que perdonar.


 Si bien es cierto que el perdón es una palabra que usamos con frecuencia, también es cierto que esta palabra causa reacciones muy diversas. Lo que crees sobre el perdón te abre o te cierra posibilidades. 


 Si crees que perdonar significa justificar a los que te han dañado y aceptar cualquier cosa que hayan hecho, entonces tal vez te aferres al rencor para siempre. Perdonar no quiere decir que apruebes la conducta de quien tanto daño te ha hecho, ni tampoco excluye el que establezcas límites en tu relación con esa persona y con otras para cambiar la situación y para que cuides de tu propia persona. Perdonar a otros no es igual a dejarlos hacer contigo lo que quieren. Tú mereces ser respetado por otros porque eres la persona más importante en tu vida.

¿Qué es el perdón?
El perdón es una decisión, una actitud, un proceso y una forma de vida. Es una decisión de ver más allá de los límites de la otra persona, implica ver su esencia pura mas allá de sus miedos, creencias, prejuicios, neurosis y faltas. Implica que podamos reconocer que en la conducta del otro existe miedo y que si actúa como un patán que pasa por la vida ofendiendo a todos los que se cruzan por su camino, detrás de esa conducta hay una fuerte necesidad de ser amado, reconocido y respetado.
Creo que la esencia de una relación duradera está en lograr la madurez que nos permite entender que “no llueve para mojarnos”, es decir, que el otro actúa como él es y como puede hacerlo y que sus reacciones no siempre tienen que ver con lo que nosotros somos o hacemos. Eso hace una gran diferencia y nos posibilita para elegir nuestras reacciones.
El perdón no está en lo que hacemos sino en la manera de percibir a las personas y a las circunstancias. Claro está que aunque perdonemos, también podemos elegir deshacernos de una relación que nos es dañina, esto es parte de nuestro propio proceso de sanación.

Pasos para perdonar:

1. Para perdonar se requiere tomar la decisión, desear hacerlo y comprometernos a lograrlo, pero también se requiere practicarlo. Se recomienda iniciar la práctica en un terreno neutral, es decir, tendremos que empezar a practicar con aquellas personas que nos son indiferentes, buscando ver la esencia de los demás y esperando siempre lo mejor, esto implica hacer a un lado nuestros prejuicios. Goethe escribió: si tratas a una persona según lo que parece, la haces peor de lo que es. Pero si la tratas como si ya fuera lo que tiene capacidad de ser, la haces lo que debería de ser. Este ejercicio implica una nueva manera de mirar el mundo.

2. Expresar el dolor emocional. Es necesario contar con un lugar seguro para desahogarnos y que contar también con el apoyo de una persona con la que podamos expresarnos libremente sin ser juzgados. Entender el abuso o la ofensa de otra persona no nos libera del trauma y el miedo que experimentamos en el pasado. Si el dolor no puede ser liberado, este puede quedarse guardado en los músculos y/o en la psique por mucho tiempo. Si por el contrario aceptamos nuestro dolor y en un espacio seguro sentimos lo que en el pasado podría haber sido arriesgado sentir, entonces el dolor se puede liberar y transformar.

3. Comunicarnos verbalmente de una manera que favorezca el perdón. Para ello hay que hacerlo con una actitud sincera y comprensiva hacia el otro, buscando el momento y el lugar para hacerlo, procurando que la otra persona se sienta cómoda y evitando hacer acusaciones personales. Ayuda mucho si nuestro enfado lo traducimos en afirmaciones claras y no acusatorias, si buscamos que el otro comprenda el efecto que su comportamiento tiene en nosotros, entonces se creará el clima óptimo para que seamos escuchados y podamos escuchar al otro.

4. Cuando no podemos hablar con el otro porque éste ya ha fallecido, o la distancia no nos lo permite, entonces podemos intentar escribir una carta, hacer una visualización o buscar un terapeuta con quien podamos trabar el proceso del perdón.

Perdonarnos a nosotros mismos.
Creo que tenemos que aprender a desarrollar una actitud amable y comprensiva para con los demás, pero especialmente para con nosotros mismos. Voltear hacia atrás y reconocer que hicimos lo mejor que pudimos en el pasado nos ayudará a dejar a un lado actitudes perfeccionistas y sentimientos de culpa. Perdonar nuestros errores es empezar a sanar. Cuanto más sanamos, mas nos queremos y aceptamos a nosotros mismos. Querernos y aceptarnos nos posibilita a reconocernos como personas dignas de amor, de respeto y de aceptación.

¿Por qué creo que la salud empieza con el perdón?
Perdonar es básico para deshacernos de los rencores, ya que guardarlos dentro de nosotros es como conservar pus dentro de nuestras heridas. Nos va afectando nuestra salud y nos impide estar en paz y armonía. La rabia y el rencor son emociones muy fuertes que desgastan nuestra energía de muchas maneras. Muchos estudiosos de la conexión mente cuerpo, entre ellos Deepak Chopra afirman que existe una retroalimentación entre nuestras sensaciones, pensamientos y lo que sucede en la bioquímica de nuestro cuerpo. Una actitud emocional esperanzada y optimista activa el sistema sanador del organismo. Chopra ha sido testigo de múltiples casos de “curaciones milagrosas” en pacientes que sufrían de enfermedades terminales, entre otras el cáncer.

Cuando no somos capaces de expresar nuestra rabia y nuestro dolor, estos suelen convertirse en resentimiento. El resentimiento es la sensación desagradable de agravio, que persiste por mucho tiempo después de la situación que provocó la rabia, esta sensación se compara con el acto de sostener una brasa encendida en nuestras manos con la intención de lanzársela a otro y que mientras nos quema las manos.
Resentir quiere decir volver a sentir. Volvemos a sufrir y a vivir nuestro dolor cada vez que recordamos la experiencia del agravio. Luisa, una paciente de 60 años, aún sentía rabia por el maltrato recibido por su primer esposo, de quien se había divorciado hacía 40 años. Cada vez que hablaba de él su respiración se aceleraba, su rostro se encendía y sus puños se cerraban manifestando su rabia. Le llevó muchos meses de tratamiento aceptar que la rabia le servía como mecanismo de protección, era una forma de mantener alejados a otros hombres en su vida y evitar ser lastimada nuevamente. Esta actitud le daba permiso de sentirse víctima de otros y evitar responsabilizarse de su vida, tanto de sus fracasos como de su felicidad.

Sentimientos ocultos detrás de la rabia y el resentimiento.
Muchas veces le tenemos miedo al cambio porque no sabemos si podremos sobrevivir sin desempeñar nuestros viejos roles. ¿Cuál será ahora mi tema de conversación?, ¿Y ahora de quien o de que me voy a quejar y cómo voy a justificar mis errores? ¿Estoy segura de que puedo vivir sin mi papel de víctima?
En muchas ocasiones la rabia, el rencor y el resentimiento nos sirven para escondernos de nosotros mismos, fungen como un velo para evitar enfrentarnos a nuestros temores e inseguridades. Nos aterra no tener la capacidad de hacerle frente al reto de hacernos responsables de nosotros mismos y ser libres de elegir la manera de pensar y reaccionar ante las situaciones de la vida.

Tal vez no siempre tengamos el poder de cambiar las circunstancias, pero si tenemos el poder de reaccionar ante ellas. Descubrir esa posibilidad es abrirnos las puertas hacia la vida. !Vale la pena arriesgarse! Intentémoslo.

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Las emociones y los sentimientos son energía que requiere ser expresada
 

Las emociones no son sólo algo abstracto, son energía que se materializa en nuestro interior y ocupa un espacio real. Si me congestiono con mis propios sentimientos, mi organismo no tiene lugar para nada más a menos que digiera lo que estoy sintiendo y lo exprese hacia el exterior de diferentes maneras como llorando, gritando, riendo, empujando o golpeando.

No es suficiente reconocer las emociones y los sentimientos sólo a un nivel racional, necesitamos darnos el permiso de sentirlos y manifestarlos y de compartirlos con otros, en especial en relación con aquel o aquellos que estamos sintiendo eso que sentimos

“Reconocer nuestra vulnerabilidad nos vuelve hermosos”

Al darles una expresión, los sentimientos nos ayudan a cubrir las necesidades pendientes, satisfacerlas y ”cerrarlas”, dando paso a las nuevas necesidades de un nuevo instante. No tiene sentido ocultarlas o reprimirlas por temor a no poder controlarlas o al efecto que puede tener en el otro, pues eso nos puede generar más daños que beneficios.

Si aprendemos a no temer a nuestras emociones, si confiamos en ellas, cada vez será más sencillo expresarlas de manera adecuada y entender el mensaje que nos envían, lo que nos ayudará a reconocer nuestras necesidades emocionales.

Los sentimientos y las emociones son una “ fuente infinita de la información. Gracias a ellas, podemos cerrar círculos energéticos con otros, lo que nos permite dar paso a las nuevas circunstancias o eventos, y, de esta manera, generar que el flujo constante de nuestro proceso de crecimiento se desarrolle sin interrupciones y de forma natural.

“Una persona capaz de reconocer su vulnerabilidad es una persona libre y digna”

Hay personas que, cuando se dan cuenta de que la vulnerabilidad y la ternura son importantes se rinden y se entregan a ello, pero la mayoría nos resistimos y luchamos contra esto. Cuando dejamos de pelear contra la vulnerabilidad, recuperamos nuestra vida y nos permitimos mostrarnos de manera auténtica, soltando el miedo de ser nosotros mismos y reconociendo nuestro derecho a ser tal cual somos, sin tener que ocultarnos o avergonzarnos de lo que sentimos.

No se puede eliminar parcialmente las emociones

“La vulnerabilidad es el núcleo de la vergüenza y el miedo y de nuestra lucha por la dignidad pero también es el punto de partida de la dicha, la creatividad, la pertenencia, el amor”.

Brene Brown

La realidad es que no se puede adormecer selectivamente una emoción, no se puede decir “esto es lo malo, esta es la vulnerabilidad, este es el sufrimiento, esta es la vergüenza, este es el temor, esta es la decepción, no quiero sentir esto” ; “me voy a tomar una copa o me voy a comer un postre para no sentir las sensaciones desagradables”.

Por mucho que nos frustre, aunque la ilusión es que se puede lograr, lo cierto es que, si inhibimos las sensaciones desagradables para no sentirnos mal, también nos quitamos la posibilidad de sentir otros afectos y emociones agradables como la dicha, la gratitud, la felicidad, el amor, sintiéndonos con este resultado miserables, pues a causa de esto, ya no encontramos en nuestra vida ni un propósito o significado que nos mueva hacia ninguna parte.

Si no podemos sentir ¿Cómo vamos a reconocer lo que queremos, lo que necesitamos y deseamos? Y, si no podemos saber eso, ¿Cómo podemos identificar dónde o como cubrir esos deseos y necesidades? ¿Cómo, además podríamos identificar nuestro propósito y en nuestra vida?

La respuesta es que no podríamos, pues son ellos, los sentimientos y emociones agradables o desagradables – los que nos ayudan a identificar aquello que necesitamos para vivir y transformarnos.


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BUSCANDO NUESTROS REFLEJOS...

Todos somos extensiones del campo universal de energía, distintos puntos de vista de una entidad única. Esto implica ver todas las cosas del mundo, ver a todas las personas del mundo y darnos cuenta que estamos mirando otra versión de nosotros. Tú y yo somos lo mismo. Todo es lo mismo. Todos somos espejos de los demás y debemos aprender a vernos en el reflejo de las demás personas. A esto se llama espejo de las relaciones. A través del espejo de una relación, descubro mi yo no circunscrito. Por esta razón, el desarrollo de las relaciones es la actividad más importante de mi vida. Todo lo que veo a mi alrededor es una expresión de mí mismo.

Las relaciones son una herramienta para la evolución espiritual cuya meta última es la unidad en la conciencia. Todos somos inevitablemente parte de la misma conciencia universal, pero los verdaderos avances tienen lugar cuando empezamos a reconocer esa conexión en nuestra vida cotidiana.

Las relaciones son una de las maneras más efectivas para alcanzar la unidad en la conciencia, porque siempre estamos envueltos en relaciones. Piensa en la red de relaciones que mantienes: padres, hijos, amigos, compañeros de trabajo, relaciones amorosas. Todas son, en esencia, experiencias espirituales. Cuando estás enamorado, romántica y profundamente enamorado, tienes una sensación de atemporalidad. En ese momento, estás en paz con la incertidumbre. Te sientes de maravilla, pero vulnerable; sientes cercanía pero también desprotección. Estás transformándote, cambiando, pero sin miedo. Te sientes maravillado. Ésa es una experiencia espiritual.

A través del espejo de las relaciones, de cada una de ellas, descubrimos estados prolongados de conciencia. Tanto aquellos a quienes amamos como aquellos por quienes sentimos rechazo, son espejos de nosotros. ¿Hacia quiénes nos sentimos atraídos?
Hacia las personas que tienen características similares a las nuestras, pero eso no es todo. Queremos estar en su compañía porque subconscientemente sentimos que al hacerlo, nosotros podemos manifestar más de esas características. Del mismo modo, sentimos rechazo hacia las personas que nos reflejan las características que negamos de nosotros. Si sientes una fuerte reacción negativa hacia alguien, puedes estar seguro de que tú y esa persona tienen características en común, características que no estás dispuesto a aceptar. Si las aceptaras, no te molestarían.

Cuando reconocemos que podemos vernos en los demás, cada relación se convierte en una herramienta para evolución de nuestra conciencia. Gracias a esta evolución experimentamos estados extendidos de conciencia.

La próxima vez que te sientas atraído por alguien, pregúntate qué te atrajo. ¿Su belleza, gracia, elegancia, autoridad, poder o inteligencia? Cualquier cosa que haya sido, sé consciente de que esa característica también florece en ti. Si prestas atención a esos sentimientos podrás iniciar el proceso de convertirte en ti más plenamente.

Lo mismo se aplica a las personas hacia las que sientes rechazo. Al adoptar más plenamente tu verdadero yo, debes comprender
y aceptar tus características menos atractivas. La naturaleza esencial del Universo es la coexistencia de valores opuestos. No puedes ser valeroso si no tienes a un cobarde en tu interior; no puedes ser generoso si no tienes a un tacaño; no puedes ser virtuoso si careces de la capacidad para actuar con maldad.

Gastamos gran parte de nuestras vidas negando este lado oscuro y terminamos proyectando esas características oscuras en quienes nos rodean. ¿Has conocido personas que atraigan sistemáticamente a su vida a los sujetos equivocados? Normalmente, aquéllas no comprenden por qué les sucede esto una y otra vez, año tras año. No es que atraigan esa oscuridad; es que no están dispuestas a aprobarlas en sus propias vidas. Un encuentro con una persona que no te agrada es una oportunidad para aceptar la paradoja de la coexistencia de los opuestos; de descubrir una nueva faceta de ti. Es otro paso a favor del desarrollo de tu ser espiritual. Las personas más esclarecidas del mundo aceptan todo su potencial de luz y oscuridad. Cuando estás con alguien que reconoce y aprueba
sus rasgos negativos, nunca te sientes juzgado. Esto sólo ocurre cuando las personas ven el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, como características externas.

Cuando estamos dispuestos a aceptar los lados luminoso y oscuro de nuestro ser, podemos empezar a curarnos y a curar nuestras relaciones. Todos somos multidimensionales, omnidimensionales. Todo lo que existe en algún lugar del mundo también existe en nosotros. Cuando aceptamos esos distintos aspectos de nuestro ser,
reconocemos nuestra conexión con la conciencia universal y expandimos nuestra conciencia personal.

Las características que distinguimos más claramente en los demás están presentes en nosotros. Cuando seamos capaces de ver en el espejo de las relaciones, podremos empezar a ver nuestro ser completo. Para esto es necesario estar en paz con nuestra ambigüedad, aceptar todos los aspectos de nosotros. Necesitamos reconocer, en un nivel profundo, que tener características negativas no significa que seamos imperfectos. Nadie tiene exclusivamente características positivas. La presencia de características negativas sólo significa que estamos completos; gracias a esa totalidad, podemos acceder más fácilmente a nuestro ser universal, no circunscrito.

Una vez que puedas verte en los demás, será mucho más fácil establecer contacto con ellos y, a través de esa conexión, descubrir
la conciencia de la unidad. Éste es el poder del espejo de las relaciones.

Deepak Chopra










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El Credo del Merecimiento del Amor y la Felicidad

Ser digno de amor, felicidad y respeto

Lo que yo quiero es sentirme merecedor

■ Del amor de los demás, siendo auténtico, siendo yo mismo, sin tener que ocultar mi identidad y mi vulnerabilidad.

■ De respeto, sin tener miedo de reconocer mis limitaciones....

■ De pertenencia, reconociendo mi derecho a pensar y actuar con libertad sin tener que ser excluido por ello.

■ De mis derechos los cuáles me pertenecen por el simple hecho de existir y no porque deba conquistarlos.

■ De mostrar mis sentimientos, mis emociones y mis formas de pensar, sin sentir miedo y sin tener que ser castigado o criticado por ello.

■ Del éxito, sin tener que pagar altos precios por conseguirlo, sino porque me he comprometido con mi propósito de vida y es por ello que lo merezco.

■ Del placer y del disfrute, sin tener que sentir remordimientos.

■ De elegir que puedo apoyar a otros sin tener que cargarlos y sin pasar por encima de mis necesidades.

■ De cubrir mis necesidades y lograr mis metas, sin tener que dejar la vida en ello.

Quiero merecer como consecuencia de mis elecciones y mis actos y no como premio por complacer a los demás.

Lo que yo quiero es sentirme digno,

reconociendo mi derecho a merecer el respeto de los otros,

por ser la persona que soy.

Lo que no quiero es

Ocultar ser quien soy para no ser rechazado

■ Tener que aparentar ser otra persona para poder tener el amor de otros.

■ Negar mis sentimientos, mis emociones y mi forma de pensar para poder ser aceptado por otros.

■ Ser juzgado, criticado o castigado por defender lo que soy y defender aquello en lo que creo.

■ Tener que llenar las expectativas de otros, pasando por encima de las mías.

■ Pensar que mis derechos como persona, son algo que me tengo que ganar con el esfuerzo o con el sometimiento, cuando en realidad son míos por el sólo hecho de existir.

■ Sentirme culpable por ser exitoso o darme el derecho a sentir placer.

■ Sentir miedo al mostrarme al mundo de manera auténtica.

■ Cargar a otros evitando que sea cada quién que se responsabilice de su propia vida.

■ Dejar de ver mis necesidades, para ver las de los demás, por ganarme su aprecio.

■ Vivir para trabajar sin tiempo para el contacto, para aprender, para enseñar, para disfrutar de la vida y de las personas.

■ Hacer las cosas, para recibir un premio o evitar un castigo, y no por un deseo auténtico.

■ Que mi vida esté más orientada al DEBER SER que al SER, porque sólo así me pueda sentir merecedor.


No deseo perder mi dignidad,

por no sentirme una persona:

merecedora de amor, respeto y pertenencia,

y creer que todo esto me lo tengo que ganar,

obedeciendo y complaciendo a los demás.

Luis Fernando Martínez
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...de SEXO no se habla...

Me cuesta empezar a escribir, me noto con pudor, alguna antigua traba me debe estar afectando, quizás esa de que de sexo no se habla. Precisamente, experimento en mí algo de lo que quería escribir: en nuestra soci...
edad se habla poco de sexualidad, es un tema tabú, íntimo, escondido.

No hemos sido educados en la sexualidad. Nuestros primeros aprendizajes los tomamos de revistas, películas, rumores, etc., los cuales, generalmente, enfatizaban personajes con extremada fogosidad o gran romanticismo. Con esa base poco real, fuimos ampliando conocimientos a partir de nuestras propias experiencias, influenciados por la impresión y feed-back (retroalimentación) de nuestra pareja sexual. Esta forma de aprendizaje puede acabar convirtiendo la sexualidad en un cajón de sastre en el que, sin ser muy conscientes de ello, metemos necesidades encubiertas: afecto, compañía, reconocimiento, rabia...

La sexualidad en un ser adulto cumple dos funciones básicas: contacto y procreación, siendo el contacto la que habitualmente utilizamos más, ya que, obviamente, cada vez que tenemos relaciones sexuales no es para tener hijos. Nuestra primera referencia comienza con el contacto con la madre y progresivamente con la maduración física y personal se convierte, además, en un elemento de la procreación.

Asimismo, la sexualidad hay que distinguirla, o al menos ampliarla, de la genitalidad, ya que para procrear son imprescindibles los genitales pero no para tener contacto con el otro. Sin embargo, cada vez que se hace referencia a la sexualidad se suele relacionar directamente y, a veces casi exclusivamente, con los genitales, lo que supone una reducción simplista. En realidad, todo nuestro cuerpo es erógeno-sensual, siendo las zonas erógenas por excelencia, además de la zona de la pelvis, la cara y la zona del pecho.

Si que es cierto que la pelvis constituye el distribuidor de la energía del cuerpo. Es el centro energético del placer, nos conecta con la energía sexual y, siempre que fluya al resto del cuerpo, nos hará sentir vitales, sensuales, con deseos de conectar con los demás. Por tanto, el placer entendido como la capacidad de gozar con nuestro cuerpo, es autónomo, no depende del otro.

También, podemos estar en contacto con nuestra energía sexual de forma continuada en el día a día. Esto ocurre cuando nos apasionamos y disfrutamos con lo que hacemos, cuando nos entregamos a nuestro trabajo, y estamos excitados-energizados por la vida. Por el contrario, cuando la energía no circula fluidamente se produce una coraza muscular que dificulta mover libremente la pelvis provocando rigidez y dificultad en sentir placer.

Precisamente, uno de los primeros bloqueos de esta zona suele ocurrir por un prematuro control de los esfínteres. Se enseña al niño a regular sus necesidades cuando aún no existe suficiente sensibilidad de los músculos de la pelvis, por lo que los bloquea indiscriminadamente. Esa no diferenciación provoca que, de adulto, toda esta zona está rígida y sin el nivel de movilidad adecuado para favorecerla fluidez de la energía. Más adelante
este bloqueo, denominado pelvis trabada por Reich, se puede incrementar con las represiones sexuales que desde niño nos imponen nuestros padres y la sociedad.

Por último, añadir que la profundización y renovación del vínculo entre dos personas requiere contacto íntimo a todos los niveles. A veces, tras la atracción inicial, este contacto nos conecta con partes conflictivas (el mencionado cajón de sastre: desconfianza, miedo a la entrega...) que es necesario enfrentar
para mantener sin interferencias el flujo de la energía sexual y favorecer una sexualidad más sana y libre. Y..., ¿cómo no? Enfrentar estas partes conflictivas pasa por hablar más abiertamente de nuestra propia sexualidad...

Leonor Martorell & Enrique Villatoro


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EN TORNO A LA IMAGEN






Uno podría verlo como una especie de novatada. Vamos cayendo al mundo en medio de un baile de máscaras y parece que entendemos que la opción más segura es ponernos la careta y bailar el son que tocan. Las caretas se refieren a sí mismas como si fueran alguien. En realidad, hacen prácticamente todo el trabajo. El baile se desarrolla en una frontera imaginaria, en una dimensión ficticia pero sensible, que es la del yo que pretendemos ser. Mientras tanto, lo que realmente somos permanece oculto. Es sistemáticamente negado o ignorado. Y nos hemos familiarizado tanto con nuestro juego que hemos llegado a olvidar nuestra condición original.

Se trata de una negación sutil, poco obvia. La hemos automatizado hasta hacerla imperceptible, y ya no nos percatamos de que estamos interfiriendo en la toma de conciencia de nuestra realidad, y por lo tanto viviendo un ser incompleto, limitado.

Si uno advierte el mecanismo de negación puede sortearlo. Si se permite aunque sea sólo temporalmente ser tal cual es, sentir tal cual siente, simplemente eso, es sencillo, no requiere esfuerzo, no hace falta inventar nada. Si uno deja de interferir realmente en su experiencia, no sólo va a ser sorprendido por la profundidad, la belleza, el misterio... pronto va a darse cuenta de que no es quien creía ser. Comprende que el habitual, el de siempre, es sólo un suplantador.

Ese suplantador funciona construyéndose a sí mismo. Novelando experiencias o relacionando formas, creando estructuras que uno podría ver semejantes a las de los átomos: elementos girando en torno a un núcleo que no es más que la idea de "yo". La actividad, las ideas, las emociones, los logros y los fracasos son atrapados por la fuerza de gravedad de ese núcleo. Y esto es algo que naturalmente nos pasa inadvertido pero a lo que convendría prestar atención (las ideas de autoreferencia que emergen en lo que llamamos brotes psicóticos no parecen tanto una actividad nueva como la ampliación o el llevar al extremo una función que ya está presente en nuestra normalidad compartida). Ser tal cual somos se nos antoja un riesgo por la sencilla razón de que no confiamos. Y no confiamos porque no nos hemos reconocido como nosotros mismos, porque tememos renunciar a la identidad ficticia que creímos ser (tememos perder la definición porque creemos que somos esa definición). Continuamos divididos entre el observador y la experiencia y es el miedo el motor de esa escisión. El observador calibra, se percata, está dispuesto a la censura, a cerrar los ojos de nuevo ante cualquier potencial amenaza. A volver rápidamente al antiguo yo, ficticio pero familiar.

En cierto modo resulta revelador, que el miedo nos pueda hacer dar un paso atrás a las puertas del paraíso. Parecería que durante la interacción temprana con el entorno se hubiera instaurado en nosotros una fobia: el miedo a ser y su correspondiente comportamiento de evitación. Y un correlato lógico: el miedo a no ser y la identificación compulsiva con la imagen que nos sustituye.


 

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Decir adiós es morir un poco…



 ¿Cuántas personas hay por el mundo viviendo un duelo como parte de su vida? Muchas personas se quedan atrapadas en la tristeza y el dolor por la pérdida de un ser querido. En vez de continuar con su vida y avanzar, se quedan en el funeral eterno, en la pérdida y en el sufrimiento.

La pérdida en estas personas se manifiesta entre otras formas en llanto, negación, ira, resentimiento y depresión. Así mismo otras personas en situación de duelo pasan las por distintas etapas del proceso hasta llegar a la aceptación, que consiste en volverse a conectar con el ser querido, vivo en nuestro interior, pero con la aceptación de que ya falleció y ya no está aquí.

La experiencia de una pérdida importante no sólo nos roba posesiones, capacidades o seres queridos, sino que también suele quitarnos creencias y presuposiciones que habían sido hasta ese momento los ladrillos que sustentaban nuestra filosofía de vida y que, ante esta experiencia, pareciera que ya no tenemos nada para creer.

Conectándonos con lo doloroso es como empieza el camino de recuperación porque así es como se entra en este sendero, con este peso, con esta carga. Si bien, algunas personas también entran con esta creencia irremediable: la supuesta conciencia de que no lo van a soportar, porque muchas personas han sido educadas por sus mayores significativos (padres, maestros) para creer que no se soportará el dolor, que nadie ni nada puede superar la muerte de un ser querido, que podrían morir si la persona amada fallece, que la tristeza es nefasta y destructiva, que no serían capaces de aguantar ni siquiera un momento de sufrimiento extremo de una pérdida importante. Y se viven condicionando sus vidas con estos pensamientos, que como la mayoría de las creencias aprendidas y no reflexionadas, son una compañía peligrosa y actúan como grandes enemigos que empujan a un sufrimiento mayor que los que supuestamente evitan.

Pero también existen medios para ayudarnos a reflexionar de otra manera y darnos cuenta que si bien crecimos y creímos en estas ideas, cuando se lleva a cabo una buena y adecuada elaboración del duelo, vemos que la vida continúa, no se detiene por poderosa que haya sido nuestra pérdida y que podemos continuar en la vida más fortalecidos y con un mejor crecimiento humano.
Porque la realización del sentido del sufrimiento se lleva a cabo a través del poder transformador del espíritu humano que logra auto trascenderse y auto distanciarse de sí mismo, para mantenerse entero a pesar del dolor.

JUSTIFICACIÓN
En nuestro paso por la vida, tarde o temprano, nos encontramos con el dolor de una separación y/o pérdidas y es necesario comprender qué nos pasa. El proceso mediante el cual elaboramos las pérdidas, es el duelo. Si bien la pérdida de un trabajo, la pérdida de una relación de pareja, la pérdida de una amistad entre otras son pérdidas importantes en nuestra vida, el mayor dolor es cuando fallece un ser querido y cuando muere ese ser querido se produce una respuesta de sufrimiento que sólo el tiempo y la vivencia de nuestras emociones, es decir, de nuestro duelo pueden resolver.

OBJETIVO
Conocer lo que es el duelo, sus diferentes etapas, sus diferentes motivos, así como la recuperación del dolor de la pérdida, si tenemos los elementos para poder ayudar, tendremos la oportunidad de acercarnos a las personas que están pasando por esta difícil situación y poder aportar el apoyo necesario de manera más consciente y beneficiosa.

EL DUELO “Duelo: Reacción de pérdida de un ser amado o una abstracción equivalente. El término “duelo” viene del latín dolus (dolor) y es la respuesta emotiva natural a la pérdida de alguien o de algo. Se manifiesta en el proceso de reacciones personales que siguen a una separación o a cualquier tipo de pérdida. El término “luto” del latín lugere (llorar) es la aflicción por la muerte de alguna persona querida; Se manifiesta con signos visibles externos, comportamientos sociales y ritos religiosos. El duelo es la matriz que reúne la respuesta a las separaciones de ambientes, bienes materiales, roles sociales, valores afectivos, lazos afectivos, la salud y la separación de las personas queridas”. 3 La elaboración del duelo de una pérdida es un proceso largo, lento y doloroso cuya magnitud dependerá en gran parte de la dimensión de lo perdido y de las características peculiares de cada persona y tiende a la adaptación y armonización de nuestra situación interna y externa frente a una nueva realidad. Elaborar el duelo significa ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida de lo que no está, valorar su importancia y experimentar el sufrimiento y la frustración que comporta su ausencia y se termina cuando ya somos capaces de recordar lo perdido sintiendo poco o ningún dolor, cuando hemos aprendido a vivir sin lo que ya no está, cuando hemos dejado de vivir en el pasado y podemos invertir de nuevo toda nuestra energía en nuestro presente y en lo que tenemos a nuestro alrededor.

EL MANEJO DEL DUELO
Como ya vimos el duelo es un proceso que sigue a la pérdida de algo o de alguien. Muchas personas lo relacionan con la muerte de un ser querido, pero lo cierto es que el duelo es algo que todos experimentamos después de cualquier tipo de pérdida como puede ser la pérdida de un trabajo, un animalito, un hogar, la casa de toda la vida, expectativas que no se cumplieron, un sueño, una relación de pareja o amistad, un matrimonio, un hijo ya sea por muerte o dado en adopción, una función mental o algún miembro después de un accidente. El manejo del duelo es aceptar la pérdida como una realidad, pero para algunas personas que llegaron a la aceptación puede motivar un movimiento mental y emocional hacia algo más, hacia un nuevo objetivo. Es desarrollar una nueva opción en donde se encuentre un significado que nos conecte con todas las capacidades y recursos que poseemos y que aunque pareciera que terminan, no se acaban. Es salir de la sensación de dolor, de temor, de incapacidad, de inseguridad, de pérdida junto con todos los temores y creencias limitantes que implica y, retomar, otra vez nuestra vida. Se trata de generar nuevos objetivos resolviendo el duelo lo más pronto posible pasando por las diferentes etapas necesarias y viviendo cada una de ellas. Darse uno cuenta de que las pérdidas son inherentes de la vida pero ésta ni acaba ni se detiene. La pérdida es un reto para seguir creciendo, superarse, y desarrollarse como ser humano

LAS ETAPAS DEL DUELO Para poder sobreponerse a la pérdida es necesario vivir las etapas del duelo. Existen algunos autores que mencionan diferentes etapas. Unos mencionan tres, otros mencionan cinco y otros más mencionan 7. En nuestro caso, en la muerte de un ser querido hablaremos de cuatro etapas.

1. Negación de la realidad. Negamos el hecho de la muerte, negamos la posibilidad de que no tengamos nunca más la posibilidad de estar con el ser querido, negamos que en algún momento podamos recuperarnos de esta pérdida. Existe tristeza y ansiedad.
2. Experimentamos ira, enojo, culpa y frustración. La ansiedad nos desborda. Nos culpamos por no haber sabido cuidar bien al ser querido y en algunos casos nos enojamos por no habernos dado tiempo a demostrarle que lo queríamos. También puede haber enojo contra los médicos por creer que no supieron salvarle la vida o aún más contra la propia persona fallecida por abandonarnos e incluso contra Dios por permitirnos sentir tanto sufrimiento.
3. Llegamos a un compromiso. Llegamos a un compromiso con nosotros mismos y con el mundo. Comenzamos a tener de nuevo relación con la realidad. El enojo, la frustración, la culpa y la ansiedad comienzan a disminuir.
4. Finalmente después de ir y venir en las etapas anteriores aceptamos lo que ha ocurrido. Aceptamos que la persona fallecida nos ha dejado su cariño y que somos parte de ella a través de todo lo que hemos sentido, vivido y amado con ella cuando estaba viva.

Una vez que aceptamos la muerte, la persona vuelve a estar viva para nosotros, la sentimos en nuestro interior. Recordamos todo aquello que nos enseñó, sus experiencias. Oímos sus consejos, sus vivencias y aunque a veces recordamos el momento de la muerte, la enfermedad, el velatorio, también recordamos cada vez más seguido situaciones en las que la persona amada estaba viva y transmitía sus sentimientos hacia nosotros, recordando escenas que nos producen paz, bienestar, alegría.

Todos somos diferentes y hay personas a las que les cuesta más tiempo que a otras procesar su duelo, pero es muy importante recorrer estas cuatro etapas y vivirlas para poder elaborar el duelo porque si no se vive el proceso de elaboración puede dificultarse y caer en lo que conocemos como duelo patológico.

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DIFFERENCIA ENTRE DOLOR Y SUFRIMIENTO

Confundimos el sufrimiento con el dolor. Hago una distinción: el sufrimiento es un contenido enfermo, no un sufrimiento poético o el sufrir de los místicos, sino un sufrir masoquista, aferrado a vivir mal, a repetir, por que se es adicto a ese malestar, tanto interno como externo. El sufrimiento evita contactar con el dolor, preferimos sufrir a aceptar y sentir dolor.- El sufrimiento es una capa externa. El sufrimiento desquicia, lo vuelve a uno incongruente, irracional e induce a la paralisis o nos vuelve hiperquinéticos. El dolor es estar en contacto con lo que sentimos, con las carencias, con nuestra esencia. El dolor tiene cualidades y calidades. El sufrimiento es estruendoso y el dolor es silencioso, quieto,interno, propio. El dolor es un estado de soledad. El sufrir es exhibicionista, quiere estar presente y tener testigos ante quienes representar el acto heroico si no, no tiene chiste. El sufrimiento es eufórico.

 Lo dificil es ir del sufrimiento al dolor. El dolor no tiene comprensión, solo aceptación, en el dolor se acabaron los porqué. Fui yo. No hay mas.

Texto de Guillermo Borja - La locura lo cura.







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La sombra del amor


Todos deseamos amar, pero generalmente no queremos experimentar el lado sombrío del amor. Lo que significa que no comprendemos lo que realmente significa amar. En los comienzos de una relación hay una cima, una excitación que suele decaer abruptamente cuando comienza la vida en común.

La mayoría de nosotros acarreamos profundas heridas de vergüenza, inseguridad y miedo. Vivimos en la desconfianza y al mismo tiempo tenemos una gran necesidad de amar y de ser amados. Volcamos estas heridas en nuestras relaciones, la mayor parte de las veces de forma inconsciente, y entonces actuamos desarrollando estrategias, demandando, evitando, creando conflictos, estando en desacuerdo e incluso traicionando o sintiéndonos traicionados.

Es como si camináramos por un campo lleno de minas, y nuestras heridas son como agujeros en los que podemos caer. Si transitamos este camino estando completamente ciegos, cuando nos encontramos con estas dificultades éstas generalmente destruyen nuestro amor. Por ejemplo, más tarde o más temprano, caeremos en la herida de la traición. Algo puede suceder en nuestra relación que nos hace sentir que ya no podemos volver a confiar en la persona con la que estamos. Ella ha hecho algo que de repente nos hace dar cuenta que no es tan "confiable" como creíamos.

O tal vez, esa persona comienza a ser diferente a lo que habíamos imaginado, comenzamos a ver que no es tan fiable u honesta, le falta integridad, o no está con su mejor energía, o está cerrada, no disponible, o está demasiado aferrada o claramente demandante. Entonces nos sentimos traicionados.
No podemos cambiar el hecho de que en algún momento nos sentiremos traicionados. Pero lo que sí podemos cambiar es nuestra actitud ante el sentimiento de traición. Podemos darnos cuenta de que esas experiencias, aunque dolorosas, son oportunidades increíbles de crecimiento y aprendizaje de lo que realmente significa amar.

El problema es que solemos entrar en una relación llenos de expectativas, nos demos cuenta de ello o no. Una vez alguien nos preguntó a Amana y a mí en un taller si no era natural tener expectativas sobre la otra persona en cierta medida. Le respondimos que cada uno puede esperar del otro todo lo que quiera, pero que la única expectativa que se mantiene a flote es la de que la otra persona sea quien realmente es en su totalidad.. Cuando entramos en una relación, la mayoría de las veces, no vemos a la otra persona tal cual es.

Lo que hemos visto y probablemente seguimos viendo en el otro es lo que queremos ver, es decir, algo que encaje en nuestras fantasías y deseos. Luego entramos en desacuerdo y nos sentimos traicionados. Entonces caen duramente nuestras fantasías e ilusiones y se produce una pequeña muerte.

Uno de los agujeros más profundos en las relaciones sobreviene alrededor de la sexualidad. Al principio solemos tener una sexualidad apasionante y viva, pero cuando comenzamos a aproximarnos nos volvemos más vulnerables, y es entonces cuando las heridas enterradas profundamente comienzan a salir a la superficie y esto suele afectar nuestra sexualidad. Muy a menudo, perdemos la libertad inicial y desesperadamente tratamos de todas las maneras de volver atrás.
Pero la profundidad dentro de una relación hace que la vergüenza, los miedos y las disfunciones salgan a la superficie. Si no llegamos a comprender esto, y no creamos un espacio para compartirlo e incluirlo dentro del marco del amor, uno o ambos integrantes de la pareja se hundirán en sus propios sentimientos de vergüenza y traición.

También encontramos problemas cuando una persona quiere más atención, proximidad, comunicación y conexión mientras que la otra ansía mayor libertad. De lo que no solemos darnos cuenta es que estos deseos-necesidades en realidad están reflejando heridas de abandono de nuestra infancia. Cuando nos acercamos realmente a otra persona, estas heridas se disparan y entonces comenzamos a actuar con rabia, creando conflictos e hiriéndonos mutuamente.

Con más comprensión, sensibilidad, respeto y conciencia, podremos aprender a dar al otro lo que él o ella necesita, mientras también estamos siendo sensibles a nuestras propias necesidades. Una relación profunda y comprometida nos provee del mejor espejo para vernos a nosotros mismos y nuestras heridas, nuestras disfunciones y actitudes negativas. Y también nos da la mejor oportunidad posible para cambiar, para crecer y para aprender qué es realmente el amor.

Amana












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La rendición del ego


 A esta entidad que llamamos ego, que en otros contextos podemos identificar, aunque con matices, como personalidad, carácter o yo (en minúscula), en la tradición se le ha identificado como el rey impostor que usurpa el reino que no le corresponde.

En realidad este rey falso es un administrador de bienes inmuebles del reino, un jefe de personal que controla los vínculos sociales a los que está adscrito, un economista que lleva rigurosamente un listado de deudores, un vendedor de grandes ideas, un perfeccionista de la etiqueta social, un gourmet de la buena vida, un rebelde enfrentado permanentemente al sistema, y hasta abarcar un sinfín de funciones pues el ego quiere llevar el control de todo lo que ocurre en el reino aunque esta tarea mastodóntica sea en realidad imposible.

Una manera que tiene el ego de justificar su posición de dominio es crear enemigos externos (también internos) temibles y omnipotentes que den la ilusión de que es necesario estar en pie de guerra con una economía de medios excesiva. Hay que luchar contra la carencia, la soledad, la pobreza, la inseguridad, el fracaso, la enfermedad, la mediocridad y la locura, de tal manera que la guerra no acaba nunca. Y claro ahí están los soportes adecuados que son tu pareja, tu jefe, tus suegros, tu vecino, el político de turno, el equipo contrario, el extranjero, el que está en una secta que encienden la animadversión, un fuego de resentimiento interno que no acaba nunca. Todos son detestables o ignorantes, o ineptos, o groseros o don nadie.

La estrategia de guerra permanente del ego en contra de todo lo que le amenaza (que es mucho) genera un nivel de estrés que mina silenciosamente nuestra salud tanto física como mental pero claro, estamos en guerra y se aceptan bajas en el propio ejército como mal menor de todo lo que nos podría pasar.

Otra estrategia que tiene el ego para permanecer en el poder es la de empequeñecer al otro para así hacerse más grande (y poderoso). Si el otro es el malo queda claro que yo soy el bueno, y si es indecente yo mostraré como quien no quiere la cosa mi cara de persona decente sin tacha alguna. Fácilmente el ego reparte las cartas trucadas y muchos son los que se llevan los personajes de corruptos, mentirosos, perversos, feos, idiotas, ineptos, pobretones infieles, etc. mientras nosotros tenemos bajo las mangas las cartas marcadas.


 Parece que el ego está poseído por un complejo omnipotente en el que no suele reconocer los límites reales, donde se cuenta la historia a su manera fruto de un autoengaño y evita la certeza de su propia muerte. El ego se inventa a sí mismo, se culpa cuando las cosas no van bien o bien acusa a los demás para lavar esa misma culpa. Suele contar un poco más o un poco menos de lo que pasó y lleva escrupulosamente dos caras de la misma manera que se tienen dos vajillas, una para los días de fiesta impecable y otra más ruinosa para el día a día. Con la estrategia de la victimización aprovecha para descargar en otros la propia responsabilidad y para llamar la atención aunque sea a través de la queja.

Lo que el ego no atina a darse cuenta es que el baile de máscaras no produce ningún movimiento de plena satisfacción. Estar tan pendiente de que los demás te consideren importante no produce una verdadera transformación. Que los demás piensen que eres una bella persona no te convierte automáticamente en esa bella persona a menos que haya un trabajo interior de por medio.

En realidad el ego es coraza y arma como la imagen que tenemos de los contendientes de la Edad Media, está lleno de mecanismos de defensas y de estrategias de dominación, y qué curioso, con tanta defensa y ataque la misma vida pasa desapercibida, el gran don de la creación no es saboreado en todo su esplendor. Sabemos poner etiquetas a todo lo que vemos porque nos da seguridad pero la etiqueta río no es realmente el río, tenemos ideas de lo que es un árbol y un bosque pero desconocemos su esencia. Tenemos la foto del planeta en nuestra habitación pero no hemos cruzado la puerta de la sacralidad que nos conecta con la vida. En realidad no sabemos quién hay detrás de la etiqueta jefe, inmigrante o vecino.

La rendición del ego no puede sobrevenir a menos que veamos la esterilidad del juego de imágenes a la que estamos acostumbrados, no habrá trascendencia a menos que cuestionemos un buen saco de costumbres, creencias y supersticiones inoculadas desde bien pequeñitos acerca de como son las cosas, la moral que hay que seguir, lo que consideramos realmente importante.
No nos queda otra que ponernos cabeza abajo, símbolo del que quiere ver las cosas del revés, es decir, producir un cambio de perspectiva, mejor dicho, de perspectivas porque la posibilidad de contemplar la globalidad desde muchos rincones, sin perder el detalle presente, nos da libertad, de la buena, no la libertad que proclama el ego que no es más que otra etiqueta de la propia grandilocuencia.

Julián Peragón.













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Una experiencia de silencio

“...Ah!, estábamos unidos para que el silencio
pudiera permanecer entre nosotros.”
Rainer M. Rilke, “El Testamento”...





En nuestra cultura hemos desarrollado una sed de conocimientos demasiado insistente para quedarnos en silencio, instalados tranquilamente en el no saber.

El silencio es una actitud respetuosa ante lo que desconocemos. No es posible comprender las palabras sin experimentar el silencio de donde proceden. Una palabra comunica cuando la precede un silencio respirado, sentido y reflexivo.

El impulso de la palabra
A menudo no escuchamos y perdemos la oportunidad de comunicarnos llevados por la necesidad emocional de actuar, de hacer algo. No podremos estar receptivos y comprender si no somos capaces de suspender el impulso que nos lleva a responder desde nuestras necesidades. Tampoco si queremos tener el control en el intercambio o si somos reactivos y vomitamos nuestros juicios y valores (nuestra programación) en el otro/a.
Es difícil superar el impulso de hablar, estar realmente disponibles. Eso implica no dar nuestra opinión, no mostrar desacuerdo, no aconsejar, consolar, preocuparse o animar, no hablar de nuestra propia experiencia o dejar de pensar en lo que vamos a decir cuando la otra persona todavía está hablando.

Lo que hay en el fondo de nuestras dificultades en la escucha tiene que ver con nuestros conflictos internos, nuestros prejuicios y emociones que filtran lo que escuchamos y determinan la actitud y la respuesta frente al otro.

Una escucha deficiente refleja confusión de límites, incapacidad para aceptar las diferencias y poca autonomía, y no permite una disposición sincera a CONOCER algo que el otro/a comunica. Puede transformar una conversación en discusión y agresión, porque al no escuchar nos quedamos atascados emocionalmente en nuestro mundo subjetivo. Y también sentimos el dolor de no ser escuchados, del aislamiento, de no sentirnos valorados y aceptados.


Tengo tiempo y estoy aquí, con el silencio y la palabra

Tomarnos tiempo, estar en contacto propio y con el otro/a. Poner atención a lo que dice y a lo que quiere decir: su mirada, sus gestos, su postura. Poner la INTENCIÓN en comprender lo que el otro intenta comunicar y procurar no instalarnos en nuestros juicios y valores.

Hay algunas técnicas para la escucha, pero no se escucha mejor con técnicas, sólo lo parece. Para escuchar bien es necesario prestar ATENCION, tener INTERÉS real en la experiencia del otro y una actitud de CONSIDERACIÓN. También se requiere atención para saber en qué momento la persona necesita ser escuchada y sobre todo conectar con nuestra disponibilidad para escucharla. Y si no sentimos el sincero deseo de escuchar, tener Valor para decir: ahora no, en otro momento.
Estar con el silencio y la palabra abre la posibilidad de acercar nuestro espacio subjetivo al espacio subjetivo del otro y establecer vínculo.

Intentamos ser seres autónomos, independientes y responsables. Sentimos que las relaciones con los demás nos sustentan, nos dan forma y contenido. Formamos parte de una red de vínculos, y en la medida que aprendemos a establecer relaciones profundas y limpias nos tranquilizamos al sentirnos comprendidos.

Cuando de nuestra boca brotan palabras y no encontramos oídos disponibles sentimos dolor. En cambio, cuando nos escuchan, nuestros sentimientos profundos expresados vuelven a nosotros clarificados y sentimos gratitud por compartir.

Para escuchar es necesario el silencio hacia fuera (ausencia de palabras) y hacia dentro (presencia de sí). No es fácil hacerlo de forma automática, supone un esfuerzo, hay que pararse por dentro y por fuera, hay que escuchar al otro y escucharse a uno mismo simultáneamente. Como dice Paco Peñarrubia en “La Escucha Gestáltica”: “La escucha interna no es sino la capacidad del escuchador de mirarse hacia dentro, de tomar conciencia de sí y atender a los procesos que se le despierten... estar disponible para el otro no significa olvidarnos de nosotros. El gestaltista tiene en cuenta lo que a él le está pasando en el mismo momento en que atiende lo que le pasa al otro. Esta escucha interior no tiene porqué interferir al otro, más bien es un excelente método de acompañamiento, un usarse a sí mismo al servicio de la mejor comprensión y escucha de aquello que ocurre fuera”.


Teresa Barbena Anglada





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Control








Hablemos un poco del control. ¿Que qué control? Pues ése con el que me atenazo y me agarro a mí mismo, que, paradójicamente, me convierte en prisionero y carcelero al mismo tiempo. Con el que a veces parecería que puedo detener mis funciones vitales. Casi aletargarme, casi. Puedo intentar, si hace falta, la pirueta de detener el tiempo. O bien ese control a través del cual los ojos se convierten en un faro; el cuello rígido; tenso y endurecido el cuerpo; sin respiración, observando, juzgando, administrando. Ocurre cuando me siento inseguro o en momentos de miedo y temor: que no se mueva nada, que no pase nada. Y, por supuesto, si es necesario se controla a los demás: que el otro no me toque, ni me altere, ni me hiera o, por qué no, ni sonría ni disfrute. Así estamos. Como veis, no hablamos del control de la inflación, ni del control de la calidad, ni del a menudo necesario control de las emociones.

Yo controlo, no me hace bien pero no siempre puedo evitarlo. No (me) suelto…, y punto. Observándolo con una mirada especialmente comprensiva te juro que puede entenderse. Sí, suena muy bonito lo de confiar en la vida, abrirse a la experiencia y demás. Pero, ¿quién me asegura que la vida es sabia o confiable? Y, aunque lo fuera, cómo adivinar que sabe lo que me conviene mejor que yo mismo, pese a mi ceguera endémica. Claro que me ha dado buenas y agradables sorpresas y aprendizajes, pero también tremendos palos. Y, la verdad, eso de que la letra con sangre entra está fuera del manual del buen pedagogo, a ver si será que la vida por milenaria está anclada en el pasado. Además: huracanes, sequías, terremotos -reales o simbólicos-, la vida, tan sabia ella, a veces se vuelve loca. ¿Debemos pues, simplemente, zozobrar fluidamente? Preguntará sagaz el abogado del diablo.

Entonces ocurre que fantaseamos que el control nos librará de eso que tememos o nos inseguriza. Bonita ilusión. Pero a estas alturas de la película ya sabemos que los síntomas que nos confunden y producen mal vivir se mantienen, entre otras razones, gracias al esfuerzo de que nuestra experiencia lo más inocua posible. Mediante este tipo de control evitamos que asomen vivencias, sentimientos o pensamientos que nos pongan en duda. Con lo que perpetuamos (¿perpetramos?) la angustia: esta claro que lo evitado no desaparece por, simplemente, mirar a otro lado. Y dicha angustia genera más necesidad de control, con lo que -necesariamente- nos instalamos en un círculo vicioso.

El control como forma de evitación -que es en definitiva de lo que estamos hablando- puede tomar formas rebuscadas y paradójicas. Cómo cuando para evitar el dolor uno le da a la bebida con graduación, y lo que es una forma de descontrol se torna en herramienta que ayuda a tener el vacío o dolor controladito. O bien se enarbola una sonrisa beatífica para controlar una situación comprometida. También sabemos que para ahogar la angustia que nos producen las emociones negativas, una opción que tenemos es entretenernos en observarlas y juzgarlas (sólo) en los demás. Mil y una combinaciones que se establecen y conforman en función del propio carácter y de la experiencia vivida.

Soltarse!, ¿cómo es eso? Pues a mi entender, como la fruta madura que se suelta por su propio peso. Ya que cogerse a uno mismo por la pechera y zarandearse al grito de ¡suéltate!, es -sólo- un vistoso ejercicio gimnástico, necesario, a lo sumo, en algún momento. Diría que la cosa va más por la confianza y la humildad. Dos cosas susceptibles, únicamente, de ser cultivadas. Y el cultivo, cualquier cultivo, requiere dedicación, que en este caso relaciono con la atención a las situaciones que me llevan a controlarme y con la comprensión de los contenidos que aparecen en dichas situaciones. Y ante todo el respeto y consciencia de las propias limitaciones; cultivar no es ensamblar piezas y tampoco funciona el esfuerzo de estirar los brotes para que crezcan más rápido. Y la mirada al cielo en espera de lluvia generosa.

Josep Devesa










1 comentarios:

jeffrey cage dijo...

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